“He sido insultado por las autoridades con el desprecio del silencio, y desde luego no lo merecía. No estoy seguro si mis propósitos laborales están relacionados de algún modo con el fin del mundo, pero aún siendo así, poco me importa: no creo que la humanidad en su acción de conjunto siga mereciéndose habitar este paraíso. Tampoco sé si después de la Edad del Hormigón Armado y, tras una hipotética extinción masiva, nuevos seres evolucionarán en un planeta renovado en una nueva Edad de Piedra. Creo firmemente que mi razón de existencia es confusa, ya que mis deseos son más de estar en el otro mundo que en este. En los próximos años, y con la ayuda de Dios, haré levantar y luego suspender en el aire ocho grandes piedras, como ese reloj de la Edad de Piedra. Eso será mi ofrenda a los ocho vientos, y luego tan sólo esperaré, ya sin hacer nada. Hablar en términos apocalípticos tiene cierta lógica, porque hablar con Dios es hacerlo con el sol, y ello es hacerlo con la vida y con la muerte. ¿Hay alguien que no haya oído hablar de la ira de Dios o de un sol de justicia? Vivir el presente con la urgencia y a la vez con el desapego, como si pudiera ser el último día de nuestra existencia, nos hace sentir amor por el mundo, algo que flota en el aire y puede ser compartido, pero, ¿qué ocurriría si un día, a causa de las muchas preocupaciones terrenales, esto dejara de suceder, y este contenido maravilloso dejara de flotar? Quizás ese día, aunque sólo fuera por un instante, Dios, aburrido, nos contemple y, dejando de respirar, a causa de la suprema empatía, así dejemos todos de respirar, y después, cerrando los ojos, a todos nos haga desaparecer como un pensamiento de invierno. Quién sabe cuánto tiempo puede Dios contener la respiración o lo que es para él un instante...”

Pensamientos de fin de milenio.
Jesús Gironella