En este instante las pequeñas cosas y las grandes se armonizan. Las pasadas, las presentes y las futuras. Las cercanas y las distantes. La montaña de rocas de diez mil años no vale más que el brote de una hierba que esta tarde habrá quemado el sol. El juego de dos amantes que se besan a la sombra de un saliente es tan violento como la batalla que enfrentó en el valle a los ejércitos de dos naciones. El recuerdo del grito de un soldado al morir llega a tus oídos con la fuerza del vuelo cálido de un moscardón, que sobrevuela tu pecho y se aleja, y vuelve y se posa en el cáliz de una flor corva.

A cien metros bajo tierra fluyen aguas subterráneas, y en unas gotas del mar está disuelta la sal que ingirió Sócrates su último día, tan importante, tan insignificante, como la sal y la arena que pisa un caballo.

Tu espalda es parte de la tierra en este instante. Y tus ojos y tu blusa están hechos de la misma materia que la encina, como la mano que acaricia una piel que no importa que sea la tuya.

En este instante, el mundo y la vida son cosas que suceden.