Sección: LITERATURA
Serie: El quintacolumnista
Título:
Sostiene Nogueira
Autor: Luis Arturo Hernández
e-mail: luisar@espacioluke.com

nº 33 - Noviembre

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(Reseña de Un baúl lleno de gente, de Antonio Tabucchi. Ed. Huerga y Fierro)

Unos versos de Vladimir Holan, en su libro Avanzando -”Es un viejo que desde hace dos años/ no puede abrir el baúl porque ha perdido la llave”-, vienen que ni pintiparados para expresar todo el misterio de la obra inédita de Fernando António Nogueira -conocido universalmente por su apellido paterno, Pessoa- y conservada hasta hoy en el arcón del poeta. Acaso porque el buen Pessoa en el arca se vende.

El escritor y novelista italiano Antonio Tabucchi -autor del renombrado Sostiene Pereira-, “Heredero, él, de Pessoa, tanto en lo físico cuanto en lo mental”-como sentencia, no sin cierta ironía, en sus Cuadernos de Lanzarote, José Saramago- ha buceado en el baúl de los recuerdos de Pessoa, en ese baúl ingente que guarda el “drama en gente” de la heteronimia, para volver a la superficie del proceloso piélago editorial con el cofre del tesoro, Un baúl lleno de gente, su opúsculo que recopila doce artículos y ensayos breves escritos durante los dos últimos decenios.

De muy desigual factura y extensión, y con una heterogeneidad que únicamente en nombre de la heteronimia pessoana podría justificarse, el autor italiano -del que Cardoso Pires, haciendo causa común con Saramago, ha escrito en Lisboa Diario de a bordo, con su proverbial sorna lisboeta: “‘En la silla del convidado de Pessoa sólo estaría bien Antonio Tabucchi’, murmuraba yo invariablemente, e inevitable Opus Nigth guardaba silencio. Para un hastiado de Lisboa como él, Tabucchi era tal vez un escritor maldito, si es que alguna vez lo había leído”- ha construido un dodecaedro de crítica literaria y exégesis textual, creativo y recreativo a la vez.

La yuxtaposición de tan variado material y su recomposición en formato de libro explica tanto la irregularidad de las distintas caras de esta geometría imaginaria como el hecho de que se monten, solapándose mediante la reiteración de idénticos textos, las pestañas que no pegan ni con cola en esta configuración mitómana, en homenaje formal quizá al inventor del Interseccionismo, que tampoco pegaba ojo.

Un baúl lleno de gente es, pues, un rompecabezas inacabado, puzzle imposible y pobre remedo de la descomunal papiroflexia que es la obra poética de Pessoa, el poliedro de papel de un vanguardista polifacético, ese holograma pluridimensional -de alguien que mostró siempre un fuerte terror-rechazo a la fotografía- compuesto de poemas caligrafiados en un biombo prismático de servilletas de café, que son el testamento ológrafo del polígrafo portugués que escribió al dictado de Mensagem.

Como hiciera en Los últimos tres días de Fernando Pessoa, Antonio Tabucchi establece el censo de los heterónimos de Pessoa, el hombre de los mil nombres, el antihéroe de las mil caras o, más que caras, máscaras -y es ya un tópico que “pessoa” significa máscara- tras las que se oculta -y su afición al ocultismo era notable- el poeta invisible, nuevo mago Houdini en su espectáculo de escapismo por tantos puntos de fuga como “pessoalidades” reconoce en sí, y prestigioso Prestidigitador de esas palabras que son lusitano ilusionismo del ser y que, al igual que el arcano primero del Tarot evocado por el también italiano Italo Calvino en El castillo de los destinos cruzados, puede identificarse por el calamus scriptorius con el Poeta.

Fuguista, en fin, como lo muestra -muy aficionado a todo tipo de adivinación y a la cartomancia- su correspondencia epistolar -Sobre las cartas de amor- a Ofelia.

A partir de la hipótesis de que el ortónimo Fernando Pessoa no sea a su vez sino heterónimo inventado por Pessoa, Tabucchi aguza el oído y afina el entendimiento en ese ejercicio dodecafónico transido del estridentismo de la “histeroneurastenia” para escuchar la polifonía de las voces que traen el eco de un médium del Aleph, el dialógico juego de psicofonías de un poeta poseído por la “locura de la ficción”, refutando por anticipado la tesis expuesta por Mario Saraiva en El caso clínico de Fernando Pessoa -”no hay ningún caso clínico que descubrir en la heteronimia de Pessoa, sólo una ‘simple locura’”-, curándose en salud y dando así de alta al poeta.

En un repaso de las diferentes identidades literarias de Pessoa en el que, de paso, se ningunea considerablemente la del neoclásico Ricardo Reis -”Antonio Tabucchi no me perdonará nunca haber escrito El año de la muerte de Ricardo Reis.”, dice Saramago en sus Cuadernos: “narrar, en verdadera novela, el regreso y la muerte de Ricardo Reis, ser Reis y ser Pessoa, por un tiempo, humildemente”-, confluyen “la pura actividad de mirar” del Maestro clásico Alberto Caeiro y el vanguardismo escéptico y metafísico del ingeniero Álvaro de Campos, una arista más de la figura cubista de Pessoa -como lo es el retrato del autor pintado por Almada Negreiros- y vórtice de una caja-sorpresa, la caja metafísica que conjura el vacío propio de una existencia, con la “poética del insomnio” de Bernardo Soares, autor de un diario-novela, El Libro -proyecto (inacabable)- del desasosiego, que hace de su obra un juego de sombras chinescas en la pantalla de la lámpara de noche, fantasmas de la luz de la vela en la duermevela del niño lúcido, solitario e insomne que sueña con el sueño como vida porque “somos cuentos contando cuentos, nada” -Reis dixit-.

A través de Un hilo de humo.Pessoa, Svevo y los cigarros, Tabucchi realiza un ejercicio de intertextualidad a partir de la común afición al tabaco del triestino y el poeta lisboeta -“el más sublime poeta del revés, de la ausencia y de lo negativo de todo el siglo XX”-, ser que se difumina y se esfuma en el interior de un librillo de papel de fumar de hojas garabateadas con tinta simpática, plegable línea quebrada en que se inscribieran las calcomanías de la identidad, desde las circunvoluciones cerebrales del humo hasta los placeres del humus terrenal del panteón familiar, y se volatiliza etéreo -tan dado al espiritismo- en las bebidas espirituosas crónicas o se diluye, con el gélido estilo del arte deshumanizado, como cubitos de hielo que dieran a luz un alud de existencias aludidas, rescritas y des/leídas en una copa, en el cubilete en que se agita el cubo de Rubick de la permutabilidad del ser en la partida de dados con que se carga la suerte del no ser durante cada jugada del azar. “Fumo, Svevo, pero no ando con mujeres”, podría replicarle por telepatía al autor de Trieste un Pessoa cuya figura de apego fue durante toda su vida un único poeta homosexual -Álvaro de Campos-, y de quien se echa en falta -acaso por falta de actualización del texto- una breve nota sobre María José, su heterónimo femenino.

Tabucchi, fascinado por el melancólico atractivo fatal de la capital portuguesa - “‘Lisboa ofrece una apreciable variedad de alternativas para un noble suicidio’, escribió uno de sus grandes narradores, Antonio Tabucchi”, concluye Cardoso- no olvida la relación de Pessoa, de formación anglófona, con su medio lusófono, y lo muestra como miembro de la genial comunidad de alóglotas que han padecido una escisión lingüística y en la que militan tanto Kafka, Rilke o Beckett como Svevo.

Fernando Pessoa es, pues, un autor virtual para quien lo mismo la realidad que la literatura, la identidad o la lengua son una ficción de la que trató de dar cuenta, y de manera compulsiva, por medio del tabanque de títeres de su baúl encantado, dando voz -Flatus Vocis- a todas sus identidades posibles como ventrílocuo de su “drama en gente”, factótum de una inmensa minoría de yoes -desintegración del yo hegemónico consagrada hoy en día por los apóstoles del pensamiento débil de la postmodernidad- y escultor del vacío en el volumen de la palabra, poniendo de relieve el no ser, vaciado en papel, del ser de carne y hueso que sostiene Nogueira.

La presente edición de “Un baúl lleno de...pessoalidades” -cuya coincidencia en el título podría llevar a pensar en la reciente colección de cuentos de Ana Rosetti- se acompaña además de una muestra selecta de la correspondencia del autor, así como de la traducción de un poema de El guardián de los rebaños, de A. Caeiro.

Lástima que al abrir Un baúl lleno de gente, breviario que se desearía joyero, lo primero que salte a la vista sean, como a los primeros barruntos de naufragio en un buque fantasma, cajetilla de Pandora de la que hubiera escapado todo descuido de imprenta, erratas que salpican de inconfesables faltas de ortografía esta edición.