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Hay personas que se pasan la vida buscando las claves de un argumento para contar una historia que guarde cierta coherencia con la imagen que ellos tienen de sí mismos. La historia de uno es la que se hace relato, la que se cuenta, pero detrás de los gruesos volúmenes de las biografías hay un montón de vivencias desconocidas que jamás pasan al papel. La realidad, como los sentimientos, el cine o la música, no se ajusta a las palabras, mengua en los comentarios y los trazos lingüísticos. Quizás por eso dice Ricardo Piglia que "no hay memoria propia ni recuerdo verdadero, todo pasado es incierto y es impersonal". Presumimos de ser seres dotados de memoria y de lenguaje pero la vida está también en otra parte. Los poetas metrifican el tiempo intentado que las imágenes perduren, la vida es una creación luminosa pero es también, y probablemente en mayor medida, oscuridad, olvido y silencio. Pessoa en el Libro del desasosiego dice que hay criaturas que sufren porque no pueden vivir en la vida real como el dickensiano Sr. Pickwick. Pessoa sufre, es uno de ellos, y se multiplica en heterónimos para convertirse, él solo, en una literatura. Lo literario transmuta la polaridad de la imagen en el espejo: Pessoa se convierte en un personaje literario y Ricardo Reis en un ser real. Empleando las palabras de una conocida poeta finlandesa, de alguna manera, la mayoría de nosotros terminamos anhelando la tierra que no es, porque acabamos cansados de anhelar las cosas que son. La tierra que no es se encuentra donde todos nuestros deseos se cumplen, donde se caen todas las cadenas. La vida en gran medida es una ilusión. Cuando hace unas semanas la Academia Sueca galardonaba al escritor Imre Kertész, en muchos periódicos la noticia apareció acompañada por un titular en el que se decía: Un Nobel para la literatura húngara. Esta, sin embargo, es una imagen superflua. El mismo Kertész asegura que para él los conceptos de nación, patria y hogar han resultado siempre inaccesibles. No es un escritor húngaro ni un escritor judío sino un hombre de Auschwitz, Buchenwald y Zeitz que para dar testimonio ha convertido en patria la literatura. En casos así, el horror transmuta la polaridad de la realidad: las palabras se convierten en memoria y advertencia, y el pasado se hace presente y, contradiciendo momentáneamente a Piglia, resulta cierto y personal. Como los personajes de Torres de madera del húngaro Lajos Zilahy, buscamos la marca para el clavo en la pared e incapaces de resolver el misterio, recordamos que ayer marcamos el lugar con unas gotas de saliva. |
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