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Parece como si cada vez más somos en general, al menos en el mundo occidental, capaces de llenar mejor, llenar hasta rebosar, los puntos que componen nuestra vida. Tenemos dinero (en general, insisto), facilidades, podemos comer lo que queramos, ir a la piscina a la hora que nos venga bien, comprar cuando nos apetezca, irnos de vacaciones, etc. Así conseguimos llenar esos pequeños huecos de tiempo, huecos de vida que hay que llenar, con holgura, sobradamente. Sin embargo, somos incapaces, cada vez más también, de componer una línea con esos puntos. Cualquier decisión mínimamente importante, cualquiera de esas decisiones que dan un mínimo sentido, que llevan a uno en una dirección o en otra, son increíblemente difíciles de realizar. Hay mucha gente que quiere tener un domicilio propio, y le cuesta Dios y ayuda conseguirlo. Otra gente (o la misma) quiere una pareja estable, y no da sino con desencuentros. Lo mismo ocurre con la descendencia: a mucha gente le gustaría tenerla, pero no puede, sea por dinero, sea por tiempo o por alguna otra razón. Se encuentran problemas también para vivir el tiempo que se desea en un determinado lugar, ya que el mercado fomenta la movilidad. Incluso, por lo que se ve, es difícil que uno pueda tener una mascota en las condiciones que desearía. En las grandes ciudades existe gente dedicada a pasear los perros de otra gente que no tiene tiempo de pasearlos, y albergues donde la gente deja sus perros y gatos por las mañanas, y recoge a la noche. Por lo visto, no se puede tener un perro así como así. Nuestra vida es así de agónica y desestructurada, por lo que parece. Cualquier deseo razonable no inmediato es casi imposible de cumplir, y cuando se hace es de un modo insatisfactorio. Los deseos inmediatos, puntuales, sin embargo, se llenan a rebosar. Pero con eso no se hace una vida, una buena no, al menos. |
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