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La ironía es un complejo recurso lingüístico que pocos poetas saben y quieren utilizar, porque hacerlo supone, entre otras cosas, reírse también de uno mismo, algo a lo que muy pocos están dispuestos. Al fin y al cabo, la poesía y el poeta-vate tienen un valor absoluto y sublime que llegó a su apogeo con Víctor Hugo y el Romanticismo. Desde entonces, y sobre todo entrado el siglo XX, la evolución artística ha ido limando poco a poco esa concepción poética, proceso en el cual algunos autores han participado de forma activa y constante. Nicanor Parra, un chileno del valle central de los Andes (provinciano orgulloso), profesor de matemáticas en un instituto de secundaria, fue, a pesar de sus aparentemente poco poéticas condiciones, uno de los hispanoamericanos que mejor combatió el aislamiento encorsetado de los recursos del ars poética. Y lo hizo básicamente gracias a la desmitificación. En la literatura, y sobre todo en la poesía de mediados del siglo XX, a pesar del aire fresco que aportaron las vanguardias y el nihilismo que habían adoptado varias corrientes filosóficas de la época, seguía habiendo muchos elementos intocables, reglas tácitas que conformaban un etéreo velo de sublimidad alrededor del lenguaje literario. A la poesía pura se llegaba puliendo, rechazando, eliminando. Nicanor Parra inventó la antipoesía, que habría de tener una enorme influencia en la literatura posterior (Raymond Queneau y Jacques Prévert son dos ejemplos que, además, demuestran que una vez más nadie es profeta en su tierra. A los chilenos nunca les entusiasmaron demasiado las ideas raras de Nicanor). Los antipoemas (escritos entre 1938 y 1953) aprovechan tendencias artísticas, sociales, políticas, humanas en general que van desde el pop-art hasta el estilo panfletario. Cualquier cosa puede ser el punto de partida de un antipoema. La base filosófica de la que parte Parra, y que da a su obra una unidad coherente, es marcadamente existencialista: el hombre ha nacido culpable, responsable de sí mismo y de los demás, pero no por ello debe resignarse a un destino que no ha elegido. En el fondo, hay algo inherente a su condición, algo puro, que merece ternura y no desprecio. Estas son las líneas sobre las que el autor chileno traza su obra poética, y que lo salvan del sufrimiento que conlleva la lucidez analítica sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea. La única vía de lucha, redención, superación, denuncia, es la creación. Y de ahí, su unión intrínseca con el humor negro y ladino (muy chileno), la burla, la parodia, que son una misma cosa con un mismo fin: dominar la angustia y situarse por encima de ella, provocando en el camino la complicidad del lector. Los antipoemas evolucionan al tiempo que Nicanor Parra depura su concepción del lenguaje poético. La poesía (o la antipoesía) puede estar presente en los anuncios por palabras, el discurso político, la canción popular, los graffiti...sólo hay que saber encontrarla. Así es como se perfila el concepto de artefacto, una forma poética con la que el chileno inauguró lo que hoy se llama de manera algo confusa poesía visual. Los artefactos son composiciones en forma de eslogan, despojados de todo elemento superfluo, que buscan el impacto rápido en el lector : USA/donde la libertad es una estatua. Son descargas vitales, que se nutren del lenguaje de la calle, la subcultura, la capacidad de sorpresa. El lector-receptor se ríe de todo, también de sí mismo, y eso es algo que provoca Parra predicando con el ejemplo (su poema Autorretrato, donde se describe como un profesor embrutecido por el sonsonete de las quinientas horas semanales, es sólo una pequeña muestra de esta gran cualidad de su poesía). La mezcla de frases hechas, automatizadas, en contextos y con desenlaces nuevos y sorprendentes, provoca la desautomatización, la risa, la lucidez, la crítica, y la ternura, mucha ternura. Nicanor Parra es capaz hasta de perdonar al Padre nuestro que está en el cielo/ lleno de toda clase de problemas. Todo un detalle por su parte. |
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