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Tengo las manos de ayer; me faltan las de mañana Aún recuerdo con resignada nostalgia las clases de forma la asignatura se denominaba así, pues no se trataba sólo de escultura- y también al enclenque profesor Reche intentando explicarnos que la mejor manera de penetrar en los secretos del volumen consiste en pensar en negativo, abstrayéndose y abarcando el espacio que dicho volumen sustrae al vacío. La forma dada por el hurto al todo, la masa al filo del cero o la marca positiva, los huecos y aristas por los que el espacio fluye y la nada es más nada por contraste con la materia que la delimita. Luego vino leer a Oteiza y descubrir tus lurras y tus gravitaciones en el museo de Bellas Artes de Bilbao, palpar las púas del Peine del Viento cierto día en que del horizonte a la orilla se peinaron varios temporales. La pasada Navidad pensamos que te perdíamos, el parte médico no podía ser más alarmante. Pero aunque menguado de fuerzas, aún estás entre nosotros; del museo a la serrería, de la serrería a la fragua, repitiéndonos que con el peso de tus esculturas te rebelas contra Newton, que conocer algo es la puerta a un desconocimiento más grande, que tus proyectos son parte del espacio pero también del tiempo, que algunas montañas, roídas de podomorfos guanches, brotan del suelo para ser vaciadas. Detrás de todas tus obras se esconde una provocadora filosofía, un pensamiento que nos conduce, obviando lo meramente verosímil, a la definición de lo verdadero Cuanto más grande es el espacio, más pequeños somos, y por lo tanto más iguales, El horizonte es la patria de todos, leves pinceladas de una abstracción conceptual no del todo desvinculada de la taxativa realidad del suelo. Pero no me extenderé más ni caeré en trampas metafísicas: que tu obra hable por ti, como ha hecho siempre, y que los más afortunados se acerquen a ella visitando el magnífico Chillida Leku, a pocos kilómetros de Hernani. |
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