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Cuando uno se siente abandonado por las musas hay que escapar corriendo de la cotidianeidad y refugiarse en el último escondite prístino de esta ciudad. Aquí huele a lilas, a tulipanes húmedos y a nostalgia. Caminando sobre esta escarpada colina casi se puede descender al Hades y entablar conversación con todos aquellos a los que ya se llevó Caronte en su nave y que aquí descansan o vienen conjurados por la pena. A algunos se los llevó hace tan poco... Ingenuamente a uno le parece que se le pueda contagiar algo del genio de Karel Capek, de Bozena Nemcova, de Viteslav Nezval, o del talento de Zdenek Fibich o Max Svabinsky entre tantos otros que reposan bajo la tierra de este otero silencioso. Este laberinto de murallas esconde el camino más corto hacia el cielo de las melancolías. La historia y el tiempo se confunden en las piedras y ladrillos. Tantos pensamientos han ido albergando que si uno se esfuerza puede recoger el eco de las palabras lanzadas en torbellinos sigilosos. El romanticismo de las ruinas con su fascinación fatídica y decadente... Desde el fondo del barranco rocoso el río envía reflejos de sol cristalino y, mientras, dentro de cada pragués resuenan los versos de Karel Hynek Mácha, aprendidos en la infancia: Era el caer de la tarde - de Mayo primer día - |
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