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Difuminada la línea que acotaba en compartimentos estancos las diversas disciplinas, Iñaki González-Oribe (Vitoria, 1957) apuesta por el mestizaje, ese signo de los tiempos que corre parejo al revival. Bajo el epígrafe OCRES O CREES, pintura y escultura se funden y confunden en una exposición que aspira a ser contemplada como un todo global, como un montaje unitario. El pintor nuevo crea un mundo, cuyos elementos son también los medios, una obra sobria y definida, sin argumento. El artista nuevo protesta: ya no pinta (reproducción simbólica e ilusionista) sino que crea directamente en piedra, madera, hierro, estaño, organismos locomotores a los que pueda voltear a cualquier lado el viento límpido de la sensación momentánea. La cita, extraída de uno de los manifiestos que Tristan Tzara, apóstol y cabecilla indiscutible del quizá más radical y subversivo de los movimientos espirituales, redactara en el mítico Cabaret Voltaire, no es premisa desencaminada para acercarse a la obra expuesta. Como viene siendo ya una constante en sus últimos trabajos, Glez-Oribe se reafirma en el uso de un particular código de volúmenes donde el significado no es otro que la propia configuración formal del significante. Código y discurso articulado son, por tanto, coincidentes e indiferenciables. Renegando de su capacidad reproductora el arte se recrea a sí mismo. Obviado el tema, el medio coincide con el fin. Podría incluso afirmarse que el medio es el fin. La obra no narra, por tanto, sino que muestra (expone) las posibles combinaciones estéticamente válidas de sus componentes. Recortes, sobrantes desechables de la pequeña industria, elementos prefabricados desposeídos de su funcionalidad inicial están en el arranque del proceso creativo. Recuperados por el artista y reutilizados con un criterio nuevo constituyen las formas básicas que estructuran la mayoría de las obras. Por combinación o disposición seriada conforman la grafía del lenguaje plástico diseñado por Glez.-Oribe. La función de la pintura que recubre las piezas de forma casi monocroma no es otra que la de unificarlas y homogeneizarlas, resaltando sus cualidades puramente visuales por encima de las táctiles o literales. Claridad de factura, máximo orden, síntesis y limpieza de líneas, neutralidad cromática, abstracción y anti-ilusionismo constituyen señas de identidad destacables del trabajo expuesto. Sin concesiones a la galería, sin adornos gratuitos ni ambages, de una belleza calculada y sobria que no busca la fácil complacencia del público, la propuesta de Glez.-Oribe sumerge al espectador -citando de nuevo al poeta rumano-en la realidad de un mundo transpuesto según nuevas condiciones y posibilidades. |
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