|
||||||||||||||
|
El poeta está solo, escribe y no encuentra alrededor nada que le perjudique, pero tampoco nada que le retenga la mirada como lo que ve cuando se mira al espejo. Un hombre todavía joven, una mujer casada, unos amigos que se perdieron en la distancia, aplausos que fueron para otros, mentiras que se saldaron con el rechazo, verdades que dolieron más que la huida, derrotas bañadas en verso, lo que se es y no se sabe hasta que se ve que la vida es eso. Si la poesía tiene peso la memoria es ingrávida, pero así como nada te perjudica todo te envuelve: la mentira, el engaño, el instante del amor, el momento de la despedida, lo que más tarde o más temprano la memoria cubre en vendas cayéndote por el rostro. Los celos, la envida, lo que quisiste y nunca fue tuyo, son cicatrices que marca el recuerdo porque la memoria es como un cuchillo que cuando quiere nos atraviesa la cabeza. Un cuchillo sin peso ni contorno esbozado en cualquier bolsillo porque se oculta entre los pliegues de la ropa y se confunde entre los restos del equipaje. Apenas existen documentos que digan quiénes somos y tampoco alforjas que identifiquen de dónde venimos ni adónde vamos. El recuerdo del cuerpo tapando la herida con vendas que no pesan, tal como la memoria, y ocultando tatuajes que no se muestran ante otros ojos, mientras estamos solos. Una vez le cayó una mano al poeta, otra rompió su boca contra el pavimento, otra se comió las palabras en silencio. Por lo que le duele, por lo que le dicen los que no están solos en el momento en que se cierran todas las fronteras. |
|||||||||||||