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Elías Canetti el último año de su vida, en un apunte sobre las utopías fenecidas, se preguntaba con cierto tono melancólico sobre si volverá otra vez ese tiempo en el que no se temía a la utopías. El interrogante sigue aún en pie, pero en las cartografías ideológicas de la actualidad apenas hay rastro de ningún mar en el que uno pueda aventurarse a navegar con la esperanza de dar con aquella remota e ilusionante isla a la que pusiera nombre Thomas Moro. En otros tiempos, la gente se sentaba alrededor del crepitar de los rescoldos de unas cuantas ilusiones y apretujada, buscando el calor de unos con otros, prestaba atención al relato de algún Ulises que regresaba a casa con una nueva confirmación de la infinita anchura del mundo. Siempre había un nuevo horizonte detrás de otro horizonte, con una Itaca en alguna parte encerrando la promesa de aventuras y un largo camino en el que, a menudo, perecían los héroes pero se renovaba la historia. Así, hasta hace algunas décadas el optimismo se enfrentaba a la inmovilidad bebiendo siempre de aquel "Y sin embargo se mueve" de Galileo que -frente a cualquier amenaza- depositaba su esperanza en una verdad que siempre confirmaba el futuro. Hoy, sin embargo, la sensación dominante es otra. El mundo se ha empequeñecido, y no parece que haya escapatoria más allá de unos cuantos itinerarios que se repiten en una fatal endogamia circular. Como dicen los versos de Wislawa Szymborska "la realidad nos persigue en cada huida" y parece que no existe ningún "lugar que no haya sido un campo de batalla". En todos los telediarios aparecen nuevas remesas de cadáveres recientes con anuncios de injusticia y sueños rotos. Utopía es una voz griega cuyo significado es "no hay tal lugar". Quizás por eso el Ulises de Joyce buscó refugió en un premonitorio monólogo interior suspendido de un instante eterno. Quizás el viaje del último Ulises es sólo la premonición de un presente sin porvenir; cuatrocientas mil palabras buscando iluminar una esperanza en la mediocre inmediatez de un único día "en el que cae la nieve, como el descenso del último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos". O quizás éstos sean tiempos de penumbra a los que todavía les queda margen para oscurecer. Y en el humus de estas tinieblas se abra paso a tientas la estatura de otro Homero que desenmascare el papel de los viejos "dioses" que gobiernan el mundo. Y haga falta otra Troya en ruinas para que Ulises inicie de nuevo el regreso a Itaca por un camino tan largo que quepa la Utopía, independientemente de que el viaje incluya en la programación de la travesía alguna visita a una luna de Júpiter o de Plutón. |
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