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Todavía recuerdo la primera vez que escuché un desafío entre bertsolaris, hace más de veinte años, en la plaza de la localidad costera de Ea, en Bizkaia. Era un día lluvioso y gris y por eso me llamaron más la atención las sonrisas, las risas y hasta las carcajadas que surcaban los rostros de las pocas personas que atendían a los poetas. Porque no son otra cosa que poesía estos versos improvisados en euskera, la lengua vasca, que los bertsolaris tienen que elaborar en segundos sobre un tema cualquiera. Entonces, no entendía nada de lo que decían aquellos vates, ya que la lengua vasca sólo se enseñaba en escuelas privadas, las llamadas ikastolas. Veinte años después, sigo sin comprender las ocurrencias y los juegos de palabras de los herederos de Xenpelar, Pernando Amezketarra, Txirrita o Enbeita. Pero por lo menos mi sobrino Javi puede participar en concursos a partir de su conocimiento del euskera adquirido en la escuela pública. Es cierto. La difusión de la lengua vasca en los últimos lustros ha colaborado a que la afición por construir pequeñas estampas repletas de ironía e ingenio haya llegado a buena parte de la juventud que, a la sombra del insustituible Andoni Egaña, participa en los campeonatos de bertsolaris, ante audiencias mutitudinarias. Pero también está el duelo privado, el que se lleva a cabo en tabernas y txokos, después de una buena cena. Ahí surge la competición entre los más ingeniosos para deleite del resto de la cuadrilla. El truco principal es tener claro el final de la estrofa, el giro que provocará la risa del público, para luego rellenar el resto de la composición, con rima consonante en los versos pares, normalmente. La improvisación se puede encontrar en todas las tradiciones líricas, pero quizás sea la vasca la que en Europa mejor se ha conservado a pesar de ser la lengua que mayor regresión ha sufrido en los últimos siglos. Paradojas. O quizás por eso mismo, porque durante centurias estuvo recluida como una de las pocas formas de creación accesible en la vida rural, entre los valles y las montañas de Bizkaia, Gipuzkoa, el norte de Araba, Nafarroa, Lapurdi, Benafarroa o Zuberoa. Pero el uso no ha estado limitado a las clases populares. Manuel de Lecuona en el artículo correspondiente al bertsolarismo de la Enciclopedia Auñamendi recuerda las endechas funerarias que cantaron la hermana de Milia de Lastur y la viuda de Martín Báñez de Artazubiaga (Santxa Ochoa de Ozaeta) hacia el siglo XV. Es la primera referencia, que recogió el cronista Garibay, de unas prácticas que quizás por ser comunes y corrientes no llamaron la atención de los historiadores y escritores hasta el Romanticismo, tiempo en que ya sí había pasado a ser patrimonio de las clases populares. Afortunadamente, ahora se encuentra en franca recuperación, para satisfacción de esos pocos cientos de miles de vascoparlantes que disfrutan con estos desafíos verbales, en los que no sólo hay que atender a la rima y la medida de las estrofas clásicas (zortziko mayor y zortziko menor, entre otras y por ejemplo) sino a la melodía que acompaña a cada una de ellas. Así que, además de ingenio y agudeza, es necesario un buen oído. Arte difícil donde los haya. |
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