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Llevo demasiados años hablando bien de las mujeres, de sus capacidades intelectuales y sus derechos (aún en precario). De modo que ya me he aburrido de repetirme y además tampoco me ha salido rentable: ninguna me ha puesto un piso ni nada de eso. Así que ahora, aprovechando que en este mes se celebra el Día de la Mujer Trabajadora y se harán muchos artículos de consabida y conveniente apología del feminismo. Por variar un poco, voy a hablar mal de las mujeres. Cantaban Joaquín Sabina y Luis Eduardo Aute una canción que decía que hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz. Y es verdad. Las mujeres, ellas, como que se creen ya las dueñas del mundo, oye, y poniendo carita de buenas avasallan a los pobres hombres indefensos en todos los ámbitos de la convivencia. Son cada vez más tenaces y estudiosas, más frías y calculadoras, más abusadoras de sus lindeces, más cabritas. Están dispuestas a volverlo todo del revés y relegar a los pobres hombres al segundo plano. Quieren dominar todos los puestos de poder. Ser directoras y jefas de todo. Destruir miles de años de civilización creada por el hombre, para dar el cambiazo y aposentarse ellas en las poltronas. Un golpe de Estado a las ancestrales tradiciones. Quieren derrocar el régimen masculino y fusilar anímicamente a los derrotados. Son impías y poseen un malvado sentido del corporativismo que las lleva a apiñarse sobre sí mismas para crear, por ejemplo, editoriales sólo para mujeres, premios literarios exclusivos para ellas y multitud de agrupaciones y asambleas para defenderse a sí mismas y criticar abiertamente los contrapuestos conceptos masculinos. Hay también, todo hay que decirlo, mujeres dóciles, cariñosas, sufridas, encantadoras, que aceptan de buen grado el predominio varonil que las ampara, cuida y mantiene como a bellas protegidas, románticas y delicadas musas, símbolo de la belleza inmóvil y sumisa que adorna el paraíso de los hombres. Pero ésas, por desgracia, no nos gustan a los tipos de ahora, y preferimos pasar a ser víctimas de la moderna revolución femenina que continuar siendo verdugos del fosilizado y arcaico machismo de antaño. En fin, pobres de nosotros..., que nos gustan las mujeres malas. |
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