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En pleno apogeo del llamado boom hispanoamericano, una etiqueta que sirvió al menos para cambiar la perspectiva europea sobre la literatura latinoamericana, un uruguayo se convertía en una especie de líder cultural de su país, , donde todos lo leían y admiraban cualesquiera que fuesen su condición social y sus convicciones políticas. Este uruguayo es Mario Benedetti (Paso de los Barcos, 1920) y con el tiempo ha sabido demostrar que en su país tenían razón al considerarlo El escritor. Hechos como este suelen pasar pocas veces en un pueblo que experimenta un tremendo sentimiento de culpa por ser tan insignificante, y que se pasa la vida mirando a Europa como si abolir el Atlántico fuese sólo una cuestión de tiempo. Tal vez por ello, según Benedetti, Uruguay es un país monótono, triste, aburrido, con mentalidad de oficina pública. En el fondo, sigue anclada una crisis moral que los viajes y el largo exilio del escritor (forzado tras la llegada al poder de Bordaberry, en 1973) contribuyeron a analizar y reflejar en su obra. Es así como se ha adquirido la costumbre de decir que Mario Benedetti es un escritor realista, lo cual necesita alguna matización porque hoy en día ese término está demasiado connotado en la historia de la literatura, y puede llevar a error. El realismo de Benedetti se opone, por ejemplo, al mundo fantástico o mágico de Cortázar o García Márquez, más o menos contemporáneos del uruguayo que, ellos sí, fueron componentes básicos del boom hispanoamericano. De hecho, Benedetti pertenece según los críticos a la Generación del 45, nacida en Uruguay, que se caracteriza por la lucidez racionalista con que sobrelleva los hechos sociales, culturales y políticos. Desde que empezó a publicar, Mario Benedetti se ha mantenido fiel a sus convicciones literarias y extraliterarias, que van indefectiblemente unidas (de hecho, según él la literatura anuncia la vida, y él mismo pronosticó en sus obras la grave crisis económico-social que devastó la placidez uruguaya de los años 70). El punto de partida de sus obras suele ser el cuestionamiento de algún aspecto de la realidad más inmediata pero más universal (por ello, quizás, sus lectores son tan heterogéneos) y el planteamiento de cambio de este aspecto. De ahí nacen sus mejores novelas: La tregua (1960), Gracias por el fuego (1963), y El cumpleaños de Juan Ángel (1971), así como buena parte de su poesía. En todas ellas, la dialéctica entre la obra intrínseca y los acontecimientos históricos forma continuamente un admirable diálogo intimista. El protagonista de La tregua es un hombre obsesionado por el tiempo diario, la rutina, el cronometraje del placer y el deber. Son muchos los oficinistas que se han visto reflejados en él, y de hecho Benedetti narra por experiencia propia, porque él estuvo treinta años sujeto a unos rígidos horarios de trabajo burocrático hasta que pudo dedicarse por completo a la literatura. Lo más llamativo de la obra de Benedetti, que acapara prácticamente todos los géneros ( y unos se van nutriendo de la experiencia de los otros, lo cual enriquece el conjunto y le da coherencia) es que, a pesar de tomar como punto de partida la realidad inmediata a la hora de crear, nunca ha caído en el pesimismo. Y ha tenido motivos en numerosas ocasiones. La novela más dura y desesperanzadora es Gracias por el fuego, cuyo protagonista es incapaz de matar a su padre, un jerarca representativo de los peores vicios uruguayos. La tregua también roza el pesimismo más amargo, porque el amor que supone la salvación a la rutina letal acaba truncándose. Sin embargo, el humanismo indulgente y tierno de Benedetti no desaparece nunca de sus textos. Buzón de tiempo (1999) es un magnífico ejemplo del cariño con que el autor traza y perfila a sus personajes (la mayoría de veces sin profundizar, ya que la obra consta de veintinueve relatos cortos agrupados bajo el lema El mejor remedio para los incurables de soledad). A pesar de la avanzada edad del uruguayo, esta obra prueba que no ha cedido a la comodidad de una trayectoria ya definida, y que sigue luchando por que la lectura de sus obras nos vuelva un poco más lúcidos, más tiernos, más solidarios. |
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