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Algunos nos echan en cara que cuando escribimos sólo ofrecemos un enfoque pesimista lleno de sombras. ¿Será porque si uno critica o denuncia algo es que no se conforma con la realidad existente y quiere modificarla? Hay quienes critican sin más, y hay quienes lo hacen creyendo que pueden cambiar el mundo. ¿Qué mundo? El que tenemos, el que es como permitimos que sea. En una visión general de la situación asoman varias piezas. Una amiga nos dice que cada vez se encuentra más a gusto en su casa sin tener que salir, por lo que puede pasar fuera. El escritor Lorenzo Silva sienta cátedra sobre la falta de compromiso de los escritores, incompatible -dice- con la creación literaria; él les da la bienvenida a los escritores comprometidos, otros se la damos a los comprometidos no sólo consigo mismos, que Silva deja la frase a la mitad. Una presentadora de televisión insulta a los concursantes cuando éstos se equivocan al responder sus preguntas, y ellos ni siquiera replican. La institución eclesiástica invierte dinero en un paraíso fiscal. El vecino de turno nos deja una nota anónima debajo de la puerta diciéndonos que si no acallamos los maullidos de nuestra gata va a denunciarnos esa misma semana. El presidente del gobierno español apunta que una huelga general celebrada la víspera de la última cumbre de la presidencia europea no tiene precedentes. Alguien muy cercano se lamenta de no haber tenido tiempo suficiente, en dos días, para preguntarnos por algo que él sabe nos tiene preocupados. El ejército australiano mata a quince mil canguros porque interfieren en los entrenamientos que los soldados llevan a cabo en la zona. Un taxista nos cobra ilegalmente dos euros por llevar un animal en el taxi cuando, al no seguir el itinerario que le hemos indicado, le decimos que queremos bajar del coche; presentamos una reclamación, y el taxista nos devuelve los dos euros y nos explica que es que tuvo un mal día. Un político francés afirma que en democracia uno vota pero no se manifiesta, resolviendo así el reciente incremento de manifestaciones en la calle. Una amiga se enoja con rabia cuando reconocemos que somos imperfectos y tenemos algunos prejuicios; luego sabemos que ella reacciona así porque lleva una semana alimentándose de ensalada para no engordar. Es de todos conocido que algunas empresas explotan a niños en la fabricación de sus artículos, y seguimos consumiendo esos productos. Nuestro padre nos dice que quiere pasar más tiempo con nosotros pero no con nuestro hermano, con quien lleva un año enfadado; y después nos pide que volvamos a ir a misa. El presidente estadounidense quiere separar a los escolares en centros públicos para niños y centros públicos para niñas. ¿Será verdad que en esencia somos así, o podemos alegar que, sin nosotros querer, la vida nos va convirtiendo en lo que somos? Añadamos a todo ello la vehemencia, tan mal vista y peor entendida aún. Y es que no está de moda la intensidad, ni tampoco mostrarse apasionado y exaltarse al exponer un punto de vista. Es más rentable no hacerle ascos a nada y pasar de puntillas. Y, claro, así nos va. Mientras, el día a día se encarga de hacernos ver que en el mejor de los casos seguimos sin pasar del dicho al hecho; ojalá sepamos pronto por qué. |
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