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"Tu sabio autor, al mundo único y solo" Parodiando una conocida frase de Georges Braque podría decirse que las encuestas cansan la verdad. Hace tiempo que la literatura se subordinó al dictado de la propaganda. Una propaganda que combina el efectismo estadístico de los grandes números con una adaptación publicitaria de ese ideal platónico, heredado del viejo racionalismo europeo, que presupone que a cada pregunta le corresponde una sola respuesta verdadera. Partiendo de esos parámetros, atender los deseos del público conlleva un empobrecedor artificio que reproduce constantemente falsos cultos de lo único y simulacros de lo mejor. Sin ir más lejos, a principios del mes pasado, varios periódicos se hicieron eco de una encuesta realizada entre 100 escritores de 54 países diferentes por el Instituto Nobel y el Club del Libro Noruego, cuyos resultados se resumían en un titular que para cualquier lector no podía tener aires más solemnes. El centenar de ilustres encuestados proclamaba El Quijote la mejor novela de la historia. Seguro que el manco de Lepanto les ha aplaudido la gracia con una sola mano en el otro mundo. Pero una cosa es la sonrisa del progenitor y otra la arbitrariedad inherente a la valoración eterna de las obras de arte. La historia de la literatura está plagada de apreciaciones efectuadas por espíritus elevados que hoy nos parecen absurdos gastos de saliva: Voltaire consideraba las obras de Shakespeare "farsas monstruosas" que habían hundido el teatro inglés. Para Tolstoi El rey Lear era "indigno de cualquier crítica seria"; Stevenson escribió que no conocía a nadie menos digno de admiración que Goethe; un afamado profesor de literatura como Vladimir Nabokov llamaba despectivamente a las obras de Faulkner "crónicas con barbas de maíz". Basta un puñado de ejemplos de imprudentes excesos en los desprecios para advertir que, por simple paralelismo, conviene ser también cauteloso en las alabanzas. En la percepción de lo mejor y de lo peor me temo que casi siempre existe demasiada futilidad. Beethoven no representa ningún progreso respecto a Bach; como Joyce tampoco lo representa respecto a Homero; como los cuentos de Borges no son mejores ni peores que los de Chejov, tan sólo diferentes, muchas veces -por suerte para los lectores- incomparablemente distintos y sin embargo igual de estimulantes. La mejor novela de la historia es forzosamente un inmenso libro inacabado, un sumatorio infinito de textos que comienzan mucho antes de la Iliada y al que aún nadie ha puesto fin. Los ganadores de las encuestas lo misma da El Quijote que En busca del tiempo perdido- únicamente sirven como ornamento comercial de escaparates efímeros en los que discernir se agota en el discurso. |
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