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Haro Tecglen, E: Suelo recomendar una especie de escepticismo constructivo: una nueva manera de aprender a leer y a escuchar. Cada noticia, cada titular, hay que leerlos sin estar seguro de que sean verdad y mentira. Hoy se me ha pintado el mundo de un color oscuro, sin posibilidades para contrarrestar la lenta invasión de un pensamiento único: Un estilo que penetra con más potencia desde la caída de las torres gemelas, un pensamiento único que se logra a través de la cortada información que recibimos: un modo de instruirnos que inutiliza o seduce a posibles alternativas, que ahoga o desacredita voces que le contraríen. Debemos protestar contra la voracidad económica de las empresas, contra la tiranía de ciertos grupos de poder y el imperio corrupto de personas concretas, tenemos que desaprobar el modo en que se favorece lo privado para empobrecer lo público, y también debemos gritar contra la manipulación a la que estamos sometidos: Se venden apariencias y se desprecian contenidos, o se consigue que lleguen al público en formato ligero, devaluados si no corrompidos - consiguiendo así un consumo masivo de lo que sea. Las tendencias uniformadoras la globalización es su máximo exponente pueden justificarse por la necesidad de construir un cuerpo compacto, una totalidad que se defienda mejor de los ataques que lanzan los ajenos. Pero un cuerpo sin variedad podría compararse con una ameba, que clonándose a sí misma hasta el infinito, llegara a la atrofia y a la insuficiencia de respuestas defensivas. En biología la evolución se alía con la diferenciación, no con la homogeneidad. En la historia de las civilizaciones parece repetirse este principio. El poder económico, sin embargo, tiende a contravenir esta tendencia natural y los humanos somos ya piezas en serie, que respondemos con indiferencia ante cotidianos estímulos que nos dañan. La uniformidad está siendo asegurada y parece ser una cuestión demográfica y de beneficios económicos el que así sea. Ciertamente, los riesgos empresariales son menores cuando se dirigen a un abanico liso, sin diferentes texturas, sin múltiples varillas, es decir, a un paipai. Orientar las ofertas a un paipai resulta menos costoso porque reduce la humanidad a dos grupos de demanda controlados: uno, el de quienes tienen medios para consumir y forman el papel, y dos, el de quienes no los tienen y se amontonan en su mango: comprimidos, utilizados, anulados. Otro aspecto de esta sociedad de capitalismo depredador es que las obras de los creadores y las ideas de los pensadores, aplastadas por un sin número de noticias banales, provocan la indiferencia de los promotores si es que sus propuestas no generan beneficios: Si no rentan, no interesan. Porque ¿a quién interesará financiar, promocionar y vender pensamientos alternativos si pocas personas estarán dispuestas y abiertas a escucharlos? Si no hay mercado para la diferencia, porque el público que la aprecia es minoritario, difícilmente nadie se empeñará en dar a conocer realizaciones alternativas. La única esperanza es que el público adicto a la alternancia y a la palabra creciera y creciera, y tuviera poder adquisitivo y decisivo, y entonces fuese interesante para las empresas modificar sus vías de producción, para los bancos su estilo de usura y para los políticos su nefasta gestión del dinero público porque, si no, unos no venderían, otros no conseguirían dinero de clientes y los últimos serían defenestrados. |
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