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Reseña de El hurgón mágico, de Robert Coover El agotamiento del Realismo -antropocéntrico, humanista, naturalista, incluso optimista- ha provocado a lo largo del Siglo XX una serie de innovaciones de la narratividad por parte de los autores de ficción que, desde este tercer tiempo de la Literatura -cerrado, cósmico, eterno, sobrenatural y pesimista-, vuelven a revisar los mitos de la literatura prerrealista para releerlos a la luz del siglo que ya agonizó. Uno de esos renovadores del arte de contar historias es el norteamericano Robert Coover que, en la Dedicatoria y Prólogo a don Miguel de Cervantes Saavedra, la teoría poética -de la que proceden, por cierto, los entrecomillados anteriores- y que precede a sus Siete relatos ejemplares, se confiesa discípulo y émulo del autor de Alcalá en su afán por atisbar más allá de las formas caducas y fosilizadas del Arte: Pero estas indagaciones son sobre todo -como las salidas de vuestro caballero- desafíos a las presunciones de una edad agonizante, aventuras ejemplares de la Imaginación Poética, nobles viajes hacia el Nuevo Mundo -del que él proviene-. Y para esa empresa desmitificadora -y políticamente incorrecta- de la Literatura antigua Coover encuentra un filón en los cuentos maravillosos de carácter popular. El hurgón mágico -relato que da título a esta recolección de cuentos del año 1969- constituye un buen ejemplo de la aplicación de los saberes cervantinos a esa tarea. Así, el recordatorio permanente y metaliterario, por parte del narrador, de estarnos contando un relato creado por él -A veces olvido que este arreglo es de mi propia invención, Estoy desapareciendo. Sin duda lo habrás notado. Sí, y sin duda por alguna fórmula calculable de acontecimiento y paginación-, y el juego manierista de la obra dentro de sí misma - y os contaré la historia de El Hurgón...- en boca de uno de los personajes de la acción- dice la abuela-, en la tradición que va del Cide Hamete Benengeli del Quijote al Melquíades de Cien años de soledad, o en esa técnica hiperrealista de hacer convivir dos grados diferentes de verosimilitud. Pero no se agota, sin embargo, en los cuentos de hadas -Caperucita Roja en La puerta: Una especie de Prólogo o Hansel y Gretel en La casa de bizcocho- el gran repertorio de tradiciones revisitadas por Coover y, así, lo mismo hurga -con ese hurgón mágico- en la mitología grecolatina -como ocurre en Morris encadenado- o en la judeocristiana -el Arca de Noé, ya recreada con relativismo por Carpentier en Los advertidos, en el ejemplar relato El hermano, o la Inmaculada Concepción en El matrimonio de J, con una psicología que recuerda al lirismo de El lenguaje de las fuentes de Martín Garzo-, que rinde su particular tributo de admiración a los clásicos hispanos, desde el citado Cervantes -en esa otra vuelta de tuerca de estilo gore que caracteriza varios de los góticos y fantásticos relatos ejemplares- al fabulista alavés Samaniego en su peculiar recreación de La lechera de Samaniego. En este taller de creación literaria que es El hurgón mágico -donde lo mismo se echa mano del monólogo interior que de la evocación lírica, en cualquier registro- no faltan tampoco los relatos contemporáneos, con estilos que evocan a grandes maestros de la narrativa, desde el sugestivo y carveriano Quenby y Ola, Swede y Carl a la absurda conjura de los necios de Un accidente pedestre, pasando por el homenaje digresivo de un Klee muerto al desternellante caballero de L. Sterne, el polifónico y kafkiano Idilio del Hombre Flaco y la Dama Gorda, el claustrofóbico amor vertical de El ascensor -y no de es de extrañar que el prólogo a El hurgón corra a cargo de Quim Monzó, discípulo aventajado de Coover y autor a su vez de un relato sobre el mismo motivo incluido en su metaliterario Guadalajara-, o ese ejemplo de realidad virtual narrativa que es La canguro, virtuoso ejercicio en que la realidad y la imaginación se funden en la ficción ya por el simple hecho de ser nombradas, con un juego de superposiciones espacio-temporales que con reverse y forware -adelante y atrás-, stop y play en el mando a distancia del escritor, imprime un ritmo, más que de remake cinematográfico, de guión de vídeo doméstico, de la realidad domesticada por la fabulación de este Sexo, cuentos y cintas de vídeo. Como el prestidigitador de El número del sombrero, el taumaturgo Coover nos ofrece un espectáculo de magia simpática -poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, había escrito Cervantes, traído oportunamente por el autor-, y pese a que se acurruca tristemente sobre el sombrero aplastado por él mismo, abre la caja de innumerables sorpresas de El hurgón mágico, y esgrime esa varita mágica de su estilo para embarcar -y embaucar- al lector, el encantado espectador voluntario de una exhibición de ilusionismo, en el metaficticio juego de manos de un sabio encantador, como aquel mago al que, en palabras de Don Quijote y en el comienzo de su aventura, ha de tocar el ser cronista de esta peregrina historia. |
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