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Luis Landero
"El guitarrista"
Si Entre líneas supuso para el escritor Luis Landero una especie de reencuentro con sus fantasmas mas queridos, aquellos que todos llevamos grabados a sangre y fuego en el alma y de los que nunca nos queremos desprender, y si significó un soplo de aire fresco en la nueva narrativa española, tan cargada de asesinos mediáticos y frustraciones existenciales, no cabe duda que El guitarrista, su última obra, supone una vuelta de tuerca en el registro iniciado por el autor. Registro que no era nuevo, toda vez que Entre líneas se trataba de una obra de concepción vieja aunque de dimensión nueva. Luis Landero se presenta de nuevo en escena con El guitarrista, novela de marcado carácter autobiográfico, al menos en sus inicios y según palabras suyas, en la que es posible encontrar una trazabilidad con su obra anterior, e incluso con todas cuantas le preceden. Soy de aquellos que mantienen la tesis que toda gran novela debe, entre otras características, tener un inicio que por sí solo nos ayude a intuir todo cuanto se nos va a relatar a continuación, una especie de microrrelato que encierre la clave de la obra. Y sin ser esta una condición necesaria, sí que es cierto que las grandes novelas del siglo XX se entienden bajo dicha premiosa. Sucedió con La metamorfosis de Kafka, con El invierno en Lisboa de Muñoz Molina y ahora nos sucede con El guitarrista. "Hace mucho tiempo, (cuando yo ni siquiera sospechaba que algún día llegaría a ser escritor) fui guitarrista". Luis Landero con apenas un párrafo, ha conseguido delimitar temporalmente su novela, indicarnos que la misma será narrada en primera persona, introducir unas pinceladas autobiográficas y lo más importante, seducirnos con sus palabras, al igual que lo hace con su tono de voz, de tal forma que nos resulte totalmente imposible el dejar de leer la novela. La frontera entre lo literario y lo real se mezcla, y así uno no sabe si Emilio es Luis Landero que juega a ser Emilio, o Luis Landero es una mezcla de Emilio y su primo Raimundo que juegan a ser Luis Landero. De cualquier forma, de dicha confusión existencial surge con fuerza una historia que se sostiene de principio a fin, algo nada fácil hoy en día, que va delimitando a unos personajes y que demuestra el porqué su autor se define "como un creador de mundos novelescos integrales". Siguiendo la estela de su primo Raimundo, Emilio se lanza a una improbable carrera como guitarrista convirtiéndose sin proponerse en actor involuntario de una escena que nunca hubiera imaginado si hubiese optado por continuar sus estudios nocturnos y su trabajo de chapista. Pero un cóctel formado por la ambición y el deseo de atrapar para sí la vida de Raimundo le hace entrar en contacto con Adriana la mujer de su jefe, incorporándose por méritos propios en una carrera similar a la que le contara su primo de París, y a una reciprocidad amorosa que le descubrirá que el mundo se parece más a la manera de interpretarlo de Raimundo. Ese mundo que se le presenta a trompicones como un inevitable cóctel del que no puede escapar por más que lo intente, que se mueve entre irrealidades y verdades. Novela ambiciosa a la que ni le sobra ni le faltan datos ni personajes, promueve en el lector la sensación de que estamos ante un más que previsible nuevo Nacional de Literatura o de la Crítica. El tiempo lo dirá, tomen buena nota de ello.
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