Sección: OPINION
Serie: Desde dentro
Título:
Demasiado maduros = podridos
Autor: Mari Carmen Imedio
e-mail: imedio@espacioluke.com

nº 30 - Julio/Agosto

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En teoría a nosotros no puede ocurrirnos algo así, no. Una manzana es otra historia, ella sí tiene experiencias similares: al principio está tierna, después jugosa, y al final se pudre, de tan madura como está. Pero en la práctica, a diferencia de la fruta, que vive su apogeo cuando está madura, a nosotros la madurez nos hace ser mustios y acartonados. ¿No nos pudriremos por querer ser lo más maduros posible?, ¿no estaremos consumiéndonos mientras nos negamos a oler la podredumbre que generamos alrededor?

Analicemos nuestra visión de la realidad y decidamos luego qué queremos.

En uno de los ejes vive la madurez, sinónimo de buen juicio, prudencia, calma, sensatez, moderación y templanza. El diccionario explica que templanza es contener los apetitos y el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón. Recurro también a la conveniencia, porque ser prudente es discernir y distinguir lo bueno de lo malo, lo que nos conviene, para seguirlo o huir de ello. Y añado el egoísmo, que nos hace atender con desmesura nuestros propios intereses sin ocuparnos de los ajenos.

En el eje opuesto, el impulso, deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexionar. Por eso los hay generosos, otros son infantiles o adolescentes, y algunos pecan de suicidas: porque hay sentimientos por medio. Resulta que somos unos maleducados cuando no queremos fingir y dejamos de departir con quienes nos han hecho alguna faena, no somos maduros si nos dejamos llevar por el arranque visceral, y tampoco está tan mal la cosa como para ir por ahí diciendo lo que se nos pasa por la cabeza, que hay que medir las palabras y los hechos, que uno no puede arriesgarse a la primera de cambio y que tampoco puede mostrar cómo es de verdad. El límite entre madurez y buenos modales es tan subjetivo... Nos cuesta tanto diferenciar la educación de la hipocresía...

Uno de los personajes de El club de los poetas muertos, de Peter Weir, dice “Ése es el problema: siempre he estado calmado”.

¿Cómo alcanzar el término medio? Levanto los ojos y percibo el absurdo en cuanto me rodea. Sigo hacia adelante y me estrello contra el esperpento, que Valle-Inclán concibió para otros menesteres y nosotros incrustamos a diario en nuestras vidas, por ejemplo en las guerras de cifras, tan llenas de falsedades.

¿Será posible equilibrar madurez y realidad por un lado, e impulso e ideal por otro? Si la respuesta es sí, ¿cómo conciliar ambos platillos de la balanza?, ¿con madurez?; quizá, pero no con una madurez podrida, ésa da asco.