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Supongo que hay más personas que comparten conmigo el prejuicio de que los escultores necesitan bastante fuerza física. La primera imagen mental que me viene con la palabra escultor es la de biceps poderosos y manos polvorientas aferrando una maza rotunda y un cincel afilado. Y eso a pesar del frecuente desmentido de ver a hombres y mujeres de complexión normal, que realizan obras grandes y pesadas con materiales duros y fatigosos. Para mi prejuicio, Luis Emaldi está favorecido por la naturaleza para ser escultor. Es un tiarrón del tamaño de una cabina de teléfonos y la textura de un olivo centenario. Se mueve con los gestos lentos, cuidadosos y pesados de un petrolero atracando entre arrecifes. Júpiter Tonante con resaca debía de tener una voz parecida, y hay marroquíes que viajan en pateras más pequeñas que sus zapatones. Uno acepta con naturalidad que haga esculturas de hierro; y si me dicen que las hace sin más herramientas que las manos y los dientes podría creer que es una bravuconada o una excentricidad, pero no una mentira. Parece el tipo al que encargarías cambiar de sitio la muralla china a empujones, o tallar el coloso de Rodas en una sola pieza. El cincel debe resultarle un utensilio demasiado canijo para limpiarse las uñas. Está realizando una serie de piezas a base de planos y ángulos vivos que representan a estilizados caballeros-monjes templarios. Personalmente me gustó mucho, al ver el primer mmmh ¿se dice prototipo en estos casos? Bueno, se diga como se diga, me gustó la riqueza de formas y actitudes sugeridas con un mínimo de líneas y planos. Y entonces me mostró las maquetas en cartulina de sus futuras obras, y me quedé pegado: no me considero capacitado para juzgar sus obras desde un punto de vista estrictamente artístico pero, rayos fritos, algo sé de trabajar con materiales. La cartulina es un material insidioso, que el común de los mortales llenamos de arrugas y abolladuras casi antes de salir de la papelería. Y esa especie de cíclope bienhumorado realiza unas piecitas maravillosas, destilando en ellas no sólo lucidez creativa, sino una precisión incomparable en cortes sutiles, en dobleces imposibles, en aristas afiladas como para cortar pan. Y una ternura y un primor que se asociarían más bien con la abuelita bordando el nombre del nieto en la bata del cole. La imagen de un aparente descargador de muelles dando forma a la ingrata cartulina con poco más que caricias me resultó tan sorprendente e increíble como encontrar macetas de geranios bajo el capó de un bulldozer en marcha, o José María Aznar peregrinando a La Meca. Pero lo más alucinante es que, si coges una de esas maquetas en tu mano, parecen inocentes recortables escolares, admirables pero terminados en sí mismos. En cambio, si una de esas manazas, en la que podrías sentarte a esperar el autobús, coge una de las piezas por una esquinita, con la delicadeza de una mariposa acomplejada, los pliegues de cartulina cobran vida y de repente la estás viendo ante tus ojos cien veces mayor y en acero. El cariño es una fuerza formidable. Tengo que revisar mis prejuicios. Para contactar con Luis Emaldi: 34 - 945 146 861 / 34 - 630 139 843 |
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