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En el centenario de de la publicación de HEART OF DARKNESS, de Joseph Conrad. "Y también éste debió ser uno de los lugares más siniestros de la tierra". Así comienza de pronto, en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, el capitán Marlow a narrar su historia al pequeño puñado de marineros que contemplan con él la puesta de sol desde la cubierta de un barco amarrado en el estuario del Támesis. Marlow observa el paisaje aparentemente inocente que tiene delante, a la vez que recupera los ecos de una época remota. Imagina en voz alta la llegada de los romanos por primera vez al lugar; la conquista, adentrándose en la ciénaga de la barbarie que la civilización oculta tras su máscara apacible. El narrador, ensimismado, con la mirada perdida en el asombro, parece leer en el cauce fluvial londinense que lleva hasta Gravesend las evocaciones de una vieja navegación por el curso de los meandros del río Congo camino de la lejana ciudad africana de Boma, pero en realidad está efectuando un viaje interior hacia el corazón de un tiempo tenebroso. El mundo en el que vivimos, debajo de esa faz risueña en la que refleja una caricatura perpetua de sí mismo, continúa escondiendo la atracción de lo abominable. "Aquí había oscuridad tan sólo ayer". Y el ayer continúa ejerciendo de escribiente de los renglones del nuevo siglo. Se acaba de cumplir el centenario de la publicación del conocido libro en el que Conrad remonta con la conciencia desde las desembocaduras de la opulencia a las fuentes invisibles del horror. "¡El horror! ¡El horror!" El grito de Kurtz abre una puerta que parece llevar a un infierno imaginario, a una tierra baldía en la que se entrecruzan las pesadillas de Eliot y de Dante como una invencible premonición. Srebrenica, Kigali, Grozni, Jenín... La lista de las recientes geografías del oprobio resulta interminable. Tristemente el epígrafe "Mistah Kurtz - he dead", ("El señor Kurtz ha muerto", con acento negro de El corazón de las tinieblas) que utiliza T.S.Eliot para recrear la fascinación del retrato de la desolación que resuena en la poesía de "Los hombres huecos", ha resultado incierto. Kurtz sigue vivo y además parece gozar de una inmejorable salud. Por ello, no nos queda más remedio, si se quiere hacer frente a su renovada estirpe de propagadores de tinieblas, que hacer acopio de un valor semejante al que empleó Conrad para, deshaciendo los determinismos de su origen polaco y del abolengo familiar de tierra adentro que le otorgó la cuna, convertirse, primero, en un marinero errante y, luego, en uno de los más grandes escritores que ha dado la lengua inglesa. |
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