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Para ilustrar la diferencia entre un optimista y un pesimista, solía contarse el caso de la botella con líquido por la mitad; mientras que para el optimista la botella estaba medio llena, para el pesimista estaba medio vacía. Para ambas personas, la botella y el líquido (la realidad) son los mismos, y también debe ser el mismo el conocimiento que de ella se tiene, cuando se expresa con un lenguaje común aceptado: la botella, de un litro de capacidad, contiene 500 mililitros. Lo relativo es la valoración (poco, mucho), que dependerá de la situación concreta de cada uno de los sujetos y de su carácter, así como de lo que hayan proyectado hacer con el líquido. Conocimiento, valoración y proyecto, o ciencia, pragmática e ideal, son los tres planos que se yuxtaponen en todo hecho cruzado por la subjetividad. El posmodernismo, en su versión vulgarizada y más absurda, mezcla los tres planos: puesto que el lenguaje nunca define ni reproduce la realidad, concluye que cuando hablamos de una botella con líquido alguien puede entender un elefante con sombrero; confunde valoración con verdad, es decir, que cualquier valoración es válida, aunque niegue la realidad, así que el pesimista puede acusar al optimista de haber bebido tres cuartas partas de la botella; y cualquier proyecto es legítimo, también el de querer apropiarse de la botella para disponer arbitrariamente del líquido. Por el contrario, en una sociedad neomoderna, sólo son legítimos los proyectos que se saben amparados en la imaginación y que, reconociendo la imaginación del otro, no pretenden dominar; toda valoración subjetiva tiene en cuenta la subjetividad del otro; y la realidad sólo puede comunicarse en un lenguaje común. De ahí que el primer fundamento de la nueva modernidad sea la sociabilidad de los sujetos. |
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