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El suelo, sin nuestros pasos, da rienda suelta a su fantasía y se transforma, por ejemplo, en pista de aterrizaje para naves inconcebibles que surcarían su espacio todavía no imaginado. Podría ser también un finisterre de límites precisos con mares similares a los que conocemos, o la estepa helada en donde se perfilan sombras de animales fantásticos.
Medimos las cosas desde la escala egocéntrica que nos hace creer que somos el centro de todo, y nos iría mejor siendo más humildes, porque nuestro mundo, que creemos tan avanzado, es tan simple como la cáscara de un caracol, y la belleza más sublime puede estar en un bosque de hierba iluminado por la última luz de una tarde de verano.
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