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Observamos que demasiados grupos humanos, por la mera casualidad de pertenecer a un determinado sexo, o a una raza, o a una civilización concreta, consideran que merecen pleitesía: Se enorgullecen y se pavonean ante quienes han cometido el delito de ser diferentes y de evolucionar o aprender a distinto ritmo, o más desigual, más lento o con menores posibilidades. Con este modo de estar en el mundo parece que se quisiera olvidar que los humanos procedemos de dónde descienden el resto de los animales, que sólo nuestro modo particular de evolución nos ha distinguido entre ellos y que somos, sin más, una especie muy soberbia. Nuestra mirada orgullosa se reproduce en los pequeños espacios, y los engreídos miran a los vecinos más cercanos con superioridad, endiosados por poseer mayores bienes intelectuales, económicos o sociales que ellos. De esta misma manera, algunos artistas y profesionales se envanecen porque son capaces de crear obras, porque salvan vidas en los quirófanos, porque construyen aviones o puentes Pero aún si pensamos en los hijos - la mayor construcción humana, dónde quizá de mejor manera nos representamos, el único fruto del que quizá se pudiera presumir si ha madurado con vigor y equilibrio -, aún si presumimos de los hijos, será una fanfarronada más: Nuestra función en esa obra tan personal es comparable con la que realiza un albañil en la construcción de un edificio singular: la Catedral de León, por ejemplo: ¿Aceptaríamos que un sólo profesional olvidándose de las infinitas contribuciones que a lo largo del tiempo han hecho posible esta obra - se jactase de que él la ha construido? Si profundizamos en nuestras vidas y actitudes, encontraremos que la evolución humana, y nuestro supuesto perfeccionamiento (como especie y como individuos), se construye siempre perdiendo algo y dejando sin colmar excesivos huecos. Porque, como nos recuerda Cioran, Todo lo que es provecho es a la vez pérdida ... Por cada paso que da el hombre hacia adelante pierde algo". Aceptar las grandes limitaciones personales, sin huir de los íntimos vacíos que todos llevamos dentro, y reconocer de lo que carecemos, nos conducirá a ser coherentes y entonces aprenderemos a respetar, como a nosotros mismos, a otros humanos que han encontrado circunstancias sociales, intelectuales o formativas menos favorables para su desarrollo colectivo o personal. Y así podremos hablar de tú a tú con nuestros vecinos, aunque unos no puedan poner en palabras o en obras sus ideas, dolores y deseos, o aunque otros hayan aprendido a trazar puentes y a salvar vidas. La "condición humana" es única e igual en todos los hombres, a pesar de las inevitables diferencias de inteligencia, talento, estatura, color, etc. ... la igualdad entre los hombres se debe recordar especialmente para evitar que uno se convierta en instrumento de otro. (E. Fromm) |
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