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¡Felices los espíritus que fueron los primeros en preocuparse por conocer estas cosas y escalar las moradas celestes! ... Acercaron los astros distantes hasta nuestros ojos y sometieron el éter a su talento. Ovidio, Fastos I Todas las sociedades han esbozado en el cielo formas y figuras con las que delimitar la distribución de las estrellas. Desde la antigüedad el firmamento ha sido uno de los motivos de mayor preocupación para el hombre. En un mundo sin luz eléctrica, las noches y los cuerpos celestes debían de resultar bastante enigmáticos y, aunque hoy las formaciones estelares más conocidas sean aquellas que los griegos nombraron y sobre las que plasmaron toda la riqueza imaginativa y cognoscitiva de sus relatos mitológicos, es importante recordar que muchas otras sociedades, antes y después que ellos (babilonios, egipcios, fenicios, cheerokees, árabes) llegaron también a un preciso conocimiento de los fenómenos celestes que les proporcionó la destreza necesaria para orientarse en el espacio y en el tiempo. Las estrellas observadas se agruparon en constelaciones y las siluetas de éstas, de igual modo que hacen los niños con las nubes, se fueron identificando con formas u objetos relacionados con leyendas, costumbres, mitos, animales exóticos e incluso objetos de uso cotidiano. En el imaginario griego, según avanzaba el conocimiento astronómico, los dioses y héroes que anteriormente poblaban mares, ríos y montañas extremos se fueron metamorfoseando en estrellas. Surgiendo, ya en época helenística, un nuevo género literario que pretendía relatar estos procesos de transformación conocidos como catasterismos. Las narraciones presentaban una estructura más o menos fija: historia breve relativa a un mito, justificación de la transformación (castigos, recompensas, inmortalización del amor,...) y por último descripción de las formas de la constelación. Arato de Solo y Eratóstenes en lengua griega y posteriormente Cicerón, Ovidio o Germánico en lengua latina fueron algunos representantes de esta literatura de carácter astronómico, que puso especial interés en los doce signos del Zodíaco, en las aventuras amorosas de Zeus y en los trabajos de Heracles. De aquellas viejas historias llama especialmente la atención la de Astrea, cuya singular transformación por iniciativa propia resume en estas líneas Eratóstenes: Hesíodo la considera hija de Zeus y Temis y la llama Dike. El mitógrafo Arato se hace eco del relato de Hesíodo y narra que en un principio era inmortal y que vivía en la Tierra con los hombres, quienes la llamaban Justicia. Pero como los hombres se pervirtieron y dejaron de respetar la justicia, los abandonó y se retiró a la montaña. Más tarde, como los hombres se enzarzaran en guerras y revueltas civiles, ella los aborreció definitivamente por su desprecio a la justicia y ascendió al cielo. ¿Encontraría hoy Astrea un lugar al que poder huir para olvidar el cinismo con el que la Comunidad Internacional, en nombre de la libertad, de la justicia e incluso de la paz, legitima el asesinato y el dolor? |
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