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Paco Ignacio Taibo II
Retornamos como las sombras
Raymond Chadler, James M. Cain, Donna Leon, Juan Madrid..., son nombres de sobra conocidos dentro del género de la literatura negra. Recuerdo que con motivo de la I Semana negra de Gijón, hubo quienes como yo, imberbe aficionado, mostrábamos nuestro estupor ante la pueril justificación de que la novela negra debía su muletilla a una colección que circulara a mediados de siglo por los Estados Unidos y que mantenían dos constantes: todas las obras se encuadraban en un momento histórico determinado (era el tiempo de la Ley Seca, del hampa...) y todas mantenían la misma configuración externa: Sus tapas eran de color negro. De esa forma tan peregrina nació el género negro. Definición que por extensión continúa hoy en día y que han adoptado sin rubor destacados escritores como el padre intelectual de los consabidos actos culturales que anualmente reúnen en Gijón a la flor y nata del género. Pero si alguna consideración hay que hacerle hoy en día a la literatura de género, sea negra, erótica o política, es que esta vive un momento de esplendor como pocos ha tenido en los últimos años. Dicha investidura, no exenta de riesgos colaterales como gustan de decir ahora, traen consigo la aparición de obras de las denominados por algunos críticos como de "difícil catalogación", esto es, novelas (o nivolas para mayor gloria de Unamuno) que rozan con descaro eso que se ha dado en llamar como metaliteratura, o el gran saco en el que metemos todo aquello referido a lo que tiene el descaro de saltarse la aristotélica premisa de la verosimilitud. Pero metaliteratura ya la hacía en los años cuarenta Boris Vian y nadie se rasgaba las vestiduras por ello, o Alfred Jarry o Sátrapa Mayor del Instituto de la Patafísica, el único que no tenía como objetivo salvar el mundo. Todo lo mas, algún osado pretendía restaurar los juicios sumarísimos inquisitoriales para con ellos depurar el lenguaje y de paso la raza. Ha escrito Paco Ignacio Taibo II, gijones de nacimiento y mexicano de adopción, una novela negra metaliteraria que mezcla con sentido del humor aspectos de la historia reciente de su país con esa otra oculta que pertenece a la recreación novelística más audaz. Ácida hasta donde puede ser, Retornamos como sombras no deja de ser un relato desquiciantemente absurdo que demuestra la frescura de su creador y cuyo protagonista recuerda, y mucho, a ese otro personaje de Eduardo Mendoza asiduo cliente de los frenopáticos. Dividida la novela en pequeños capítulos independientes aunque perfectamente hilvanados, son especialmente descabellados los relatos breves incluidos en la Duodécima sección: historias breves, por cuanto aúnan imaginación con locos silogismos literarios en los que se nos pretende convencer, por ejemplo, que Dios no existe, y que caso en caso de existir sería chino, o en donde se nos narran las crisis alcohólico-literarios del Nóbel Hemingway o la pasión que Hitler tenía por la lanza de Antioquia, el cetro de Carlomagno y el penacho de Moctezuma. Un personaje recurrente en toda la obra, por cierto. Retornamos como sombras es en definitiva, pura locura metaliteraria sin pretensiones mayores que las propias que nos presenta, esto es, sin mensajes subliminales ni intentos de explicar nada. Y así es como hay que leer la novela
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