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Seguimos dejándonos contagiar en acentos, metros, disparos, rentas y actitudes. En acentos, porque para poder comprender el texto "Si no sabes que regalar esta Navidad, busca en ( )", que aparece así en un periódico, tengo que leerlo dos veces. Y es que no saber qué regalar no es lo mismo que no saber que hay que regalar algo; escribir sin acentos resulta cómodo, es prueba de cierta torpeza lingüística, y demuestra cuánto nos gusta imitar idiomas que no precisan tildes. En el Metro de Barcelona la estación de María Cristina ha llenado paredes y suelo con anuncios de una marca de café; en la de Espanya las bóvedas lindantes con el techo, una parte de las paredes, y las escaleras del acceso entre andenes están pintadas del color verde que identifica a una firma de telefonía. Ahora las empresas privadas pueden comprar espacios públicos como éste y convertirlos en escaparates exclusivos; ojalá nos negáramos a utilizar el transporte comunitario con tal de no tener que soportar un metro atestado de libertades de clorofila. Un hombre dispara en Madrid a un empleado del servicio municipal de limpieza por haber dejado el carro en un lugar que le impide sacar el coche del garaje. La moda de llevar armas consigo está cruzando el océano y ya ha encontrado seguidores en el Mediterráneo; dirán que es cuestión de seguridad, pero el pistolero se dio a la fuga y, se me ocurre, cualquier día disparará a quien se atreva a hacerle perder tiempo en un atasco. Al inaugurar la capitalidad cultural europea de Salamanca, su alcalde afirma que "hay que rentabilizar la cultura". ¿Habrá que convertir también en rentables la educación y la sanidad, por ejemplo? En los barrios de algunas ciudades argentinas surge el comercio basado en el trueque y en una moneda que no tiene valor alguno, el crédito. Frente al caos económico, la vida parece hacerse un hueco sin necesidad de dinero para subsistir. Unos mantienen que el mundo progresa, que el progreso es bueno, y que lo que vivimos en estos tiempos es progreso. Otros, como Eduald Carbonell y Robert Sala, escriben "Aún no somos humanos" y se manifiestan contra la ausencia de una organización económica y social racionalizada. Aquéllos están convencidos de que intentar cambiar las cosas es una aspiración romántica, infantil; según ellos, más nos valdría a todos dedicarnos a otras tareas. Nosotros nos preguntamos por qué nos dejamos contagiar por espíritus malditos, tan contrarios al perfil positivo de la condición humana. |
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