“He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse”

¡Oh no, aquí viene otro rumano a venderme la puta farola de los cojones! – una moneda, por favor. ¡Que no, joder! ¿porqué no se pondrán a trabajar o, mejor aún, se van a su país? Desde luego, trabajar trabajan, y mucho, pues si no lo hicieran tanto no nos molestarían. Y en cuanto a volver a su país, si están dispuestos a soportar el infierno de nuestro desprecio, no es difícil imaginar las condiciones que han dejado atrás. Me pregunto –y me respondo que ya lo sé- quiénes se degradan más, si quienes se ven obligados a mendigar con humildad o quienes, con soberbia, nos enfadamos a pesar de no tener que mendigar. No niego que no sea incómodo que nos presenten a la pobreza y que ésta encima nos pida que le demos la mano, como a una amiga; pero también son molestos el ruido de los coches, el humo del tabaco o los lloros de un niño -sobre todo cuando no es el nuestro-, y sin embargo los soportamos con paciencia. Todos sabemos que la limosna no es una salida, pero mientras sigan los pobres en un callejón sin ella, démosles una moneda o, cuanto menos, un trato decente, una sonrisa.