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KANDAHAR, LEJANA Y SOLA ¡KANDAHAR, KANDAHAR, KANDAHAR, TE QUIERO...! Pero díganme ustedes dijo- por qué las mujeres de hoy día parecen más bien llevar vestidos para taparse que para vestirse; apenas si dejan ver el rostro, por el cual sólo puede reconocerse su sexo: de tal modo las formas del cuerpo están desfiguradas, envueltas por los pliegues estrambóticos de las telas. Xavier de Maistre, Viaje alrededor de mi cuarto Comitivas de cabezas negras como procesionarias penitenciales por los arrabales de las ciudades y variopintos cortejos pascuales de vivos colores en la travesía del desierto, las mujeres se desplazan en gineceos ambulantes, serrallos itinerantes, hacia Kandahar, en el filme homónimo de Mohsen Makhmalbaf (2001). En la clandestinidad del burkha, los ojos asoman a la reja de la celda, a la celosía del confesionario con mayor celo en celada semejante-, a la mirilla de un zaguán o al ataurique del patio interior, al filtro de la luz cedazo de cielo que Alá les cedió-, al teloncillo de ganchillo del teatro de las miradas, fotografías veladas, mujeres enjaezadas con velos de todo jaez en su velatorio. Prisioneras en su propia indumentaria, se diría ocultas tras el tragaluz del entresuelo con vistas a la calle, a la claraboya de una buhardilla, a la escotilla a ras de tierra de un búnker privado, a la trampilla del sótano de su intimidad, al respiradero del sotabanco, amortajadas en vida y mucho más en viuda- bajo la capucha de penitente memento mori-, desde que dejan de jugar con las muñecas-trampa hasta que repasan las cuentas -pendientes- del rosario, con la humildad vergonzosa del reo y vergonzante del verdugo -sin el capirote viril, ni el gorro troncocónico de los sacerdotes astrónomos babilonios-. Vagan, divagan, extravagan pies, para qué os quiero-, puesto que la servidumbre de sus desvelos les permitió conservar por regla general todas las extremidades, jugando a gallinitas ciegas voyeuses forzadas a lo evidente, tan sólo de lo que salta a la vista-, resguardadas de la agresividad urbana y las inclemencias ciudadanas varios segundos de observanciacontinuada son en algunos EE.UU acoso sexual-, mientras sus varones se empeñan en carreras a la pata coja en pos de las piernas de madera llovidas del cielo. CON BURKHAS Y A LO LOCO De todas las figuras que están representadas en estas hojas, ninguna deja al descubierto la garganta, los brazos y las piernas. ¿Cómo es que vuestros jóvenes guerreros no han tratado de destruir semejante costumbre? Aparentemente añadió-, la virtud de las mujeres de hoy día, que se muestra en todo su indumento, ¿excede con mucho a la de mis contemporáneos? Y, sin embargo, mientras la sociedad de mercado pregona los cánones de belleza de la ropa interior como alternativa de liberación femenina picardíasde lencería francesa versus burkha-, la picaresca hace de esta cuarentena femenil, de esta Doña Cuaresma de por vida, un Carnaval de máscaras intercambiables, una carnavalada en la que pícaros se disfrazan de mujer, travistiéndose los varones perseguidos en una comedia trágica de la vida, transformistas amujerados y acogidos al peripatético privilegio de ser una tapada, jugando a las prendas, buscando la salvación en los hábitos de dueñas, sin dar la cara y metiéndose en camisa de once varas, bajo el pañolón de un fotógrafo que no se sabe si oculta al Hombre elefante o una Sherezade Nilovfar Pazira, la mujer elegante-, propia de un cuento de Las 1001 noches, cerrando el círculo vicioso, al igual que en el final de El círculo infernal de Narguess Mamizadeh- del director iraní Jafar Panahi (2000), con un grito silenciado, porque aunque sepa los caminos, / yo nunca llegaré a Kandahar. |
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