|
||||||||||||||
|
Después del "hombre objeto" -reivindicado e incluso ya implantado en la sociedad- que ha seguido a la cultura de la "mujer objeto", Catherine Millet presenta el "sexo objeto": encuentro sexual entre "hombre objeto" y "mujer objeto". En "La vida sexual de Catherine M.", Millet habla de eso, de sus experiencias en grupo, en parques, en furgonetas, en el campo En todas partes y con todo tipo de gente, conocidos y completos desconocidos a los que no llega a ver la cara. Y lo más asombroso es quizás la aceptación de estos roles "objeto" y el regocijo de vivirlos ya que ella, al ser absolutamente manipulada y sometida al disfrute de los hombres, consigue sentirse plena y está utilizando en igual medida a sus compañeros. De lo que piensan ellos nada se sabe y fuera de este primer planteamiento desaparece toda psicología, toda ideología, y se habla de sexo como de un proceso industrial, con una frialdad y distancia sorprendentes. Desde el punto de vista de la valentía este texto es irreprochable y, aunque no fuera cierto todo lo que dice, hasta admirable. Sin embargo, como resultado nunca el sexo antes había llegado a ser tan aburrido. En literatura, me refiero. Y es que "La vida sexual de Catherine M." es un libro que, se mire por donde se mire, termina decepcionando. Y digo "termina" porque al comienzo no es así, al comienzo el impacto de la crudeza y del desenfreno de una actividad sexual frenética, del lenguaje claro, directo y sin tapujos promete unas horas de intensa lectura. El libro no es ni pretende ser literatura erótica. Y es aquí donde se pierde y llega uno de sus problemas: para ser erótico le falta sensualidad y juego de intensidades. Para ser novela le falta intriga, trama y unos personajes sólidos (Catherine M. es casi unos orificios andantes; prácticamente renuncia hasta a sus pechos que considera de un tamaño absolutamente medianos). Para ser ensayo le falta ahondar y dar un peso más relevante a esas reflexiones que hace alrededor del sexo y que, por lo general, tampoco suponen grandes aportaciones. ¿Qué queda? ¿La voluntad provocadora que en cierta medida consigue con éxito? Es posible, y no se puede negar que al comienzo se produce un shock en el lector, una especie de atracción y rechazo por esos excesos que narra en detalle y que de alguna manera u otra están en las fantasías de muchos. Hay una especie de alegría y de curiosidad en las primeras páginas por ver adónde lleva atacar tan directamente ciertos fantasmas de la sexualidad. Sin embargo, toda esa rebeldía se va apagando a lo largo del libro porque de tan repetida, de tan agresiva sin que por ello se llegue a ningún lado deja de tener efecto en el lector. Tabúes: merecen un apartado en su libro y también en esta reseña. Habla de prostitución: en algunas ocasiones se plantea cobrar a los hombres por el intercambio sexual pero, llegado el momento, se vuelca a lo que está haciendo y se pasa el tiempo de las negociaciones, hasta que decide que lo de cobrar por el sexo no es para ella. Habla de homosexualidad: en algunos encuentros multitudinarios reconoce haber besado a alguna mujer, y admite también haber lamido sexos femeninos, pero siempre con un patente desinterés, como algo secundario, algo que hace porque está ahí, porque en materia de sexo ella no hace ascos a nada aunque no le provoque ningún placer. Habla de sadomasoquismo: en alguna ocasión le orinan en la cara ante lo que ella se echa a reír, no por placer sino porque, aunque no le importa, encuentra eso un poco ridículo; también afirma que aunque le gusta ser sumisa jamás llega al punto de que le causen o causar heridas. Habla de abusos infantiles: el abuelo de unos amigos -siendo ella una niña- le acaricia en una ocasión la cara, el cuello, hasta llegar a los pechos diciendo que "cuando llegase a convertirme en una mujer sentiría mucho placer cuando me acariciasen así "las tetas"", ante lo que ella reflexiona: "De repente me habían conducido al umbral de mi vida como mujer y me sentía orgullosa". Si la intención de Millet era derribar esos tabúes se ha quedado muy a las puertas aunque eso sí, en cuanto a las prácticas aprobadas por ella (sexo en grupo, felaciones, sexo anal, sexo con desconocidos, sexo en lugares públicos ) no hay quien la gane. ¿No será Catherine M. un alter ego de Catherine Millet? ¿No habrá creado en este libro Millet una imagen de sí misma en la que resalta al máximo los que ella considera deseables valores sexuales? Y lo que realmente importa: fuera de toda esta parafernalia, ¿qué hay detrás de la vida sexual de Catherine M.? Realmente hay fragmentos impactantes e interesantes -sobre todo teniendo en cuenta que la autora es una mujer de 53 años directora de la revista de arte más prestigiosa de París y que ha escrito gran cantidad de artículos y ensayos-, y también hay un intento de eliminar ciertos tabúes y falsas creencias en cuanto al sexo. Sin embargo, lo único en verdad reprochable de este libro es que es presentado como literatura y no como un mero documento o un estudio- y lo único que no se le puede permitir jamás a la literatura es que sea aburrida. Más que una novela para leer de un tirón es quizás un libro para consultar, hojear, seis páginas por aquí, nueve por allá, y pasar un buen rato. |
|||||||||||||