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Hay películas de cuya proyección uno sale esbozando una amplia sonrisa, como si la alegría se hubiera apoderado del espíritu impidiéndote reaccionar en tu enfrentamiento con la realidad más cruel del mundo. Me ha sucedido con frecuencia en muchas de las comedias americanas de los años treinta o cuarenta ("Historias de Filadelfia", "La fiera de mi niña",...) a las que recurro por estas fechas para evitar el empalago navideño, y en algunas películas posteriores de genios como Woody Allen ("Todo el mundo dice I love you") o de discípulos aventajados (Harold Ramis en "Atrapado en el tiempo"). Hay películas en las que desde el principio sabes que vas a encontrar un suspiro de originalidad y frescura, cuya contemplación necesita una o más proyecciones para asimilar todos sus detalles, como una forma de repetir el gozo, recuperando cada situación, cada personaje, recreándose en sus experiencias, en las circunstancias que provocan sus movimientos. Deseas retornar a la historia de esa esa joven que ha visto morir a su madre bajo la sombra de Notre Dame o que intenta por todos los medios hacer felices a los demás, cambiar el mundo de esos personajes que la rodean y por los que se siente atraída. Su nombre es "Amelie" y su creador Jean Pierre Jaunet, aquel director que ya nos sorprendiera con "Delicatessen" o "La ciudad de los niños perdidos" (ambas junto a Marc Caro) y con la breve pero intensa incursión americana de "Alien: Resurrección". Hay en "Amelie" algo de "Delicatessen", en particular en sus personajes surrealistas que rozan el ridículo: una portera adicta al vino de oporto que espera el regreso de un antiguo amante, una estanquera hipocondriaca en un bar al que acude un misógino despechado por una de las camareras, o el viejo que sólo ve el mundo a través de la reproducción de un cuadro de Renoir. Sin olvidar al protagonista masculino, coleccionista de fotografías abandonadas en los fotomatones y que trabaja a la vez como fantama en el túnel del terror y como dependiente de un sex-shop. Y luego está Amelie, una Audrey Tautou de rostro aniñado y expresivos ojos negros que logran que no separes los tuyos de la pantalla. Como cualquier obra de autor, "Amelie" tiene altibajos, que a algunos críticos pueden resultar cargantes por lo desenfreandos: un arranque veloz que provoca tu atención o la repele, una búsqueda de la imagen como elemento que subraye los hechos o esa tendencia a lo irracional y lo extremo que aflora no sólo en esta película sino en todas las anteriores, hasta el punto de deformar los personajes como si se tratasen de meros dibujos animados o de personajes de cómic. Hay sin embargo otros momentos absolutamente hilarantes (un gnomo de escayola que envía fotos de sus viajes por el mundo al padre de Amelie, o ese pez que intenta por todos los medios suicidarse). Y hay, y esto es lo importante, una reformulación de los planteamientos cinematográficos, una búsqueda de la novedad a través de un mundo original en el que las imágenes y el argumento se mezclan para bordar lo que algunos queremos creer que es el cine. |
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