Sección: ARTE
Serie: El abismo de la mirada
Título:
Viajando con “Austerlitz”
Autor: Txema G. Crespo / Pradip J. Phanse
e-mail: phanse@yahoo.com

nº 34 - Diciembre

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Acabo de empezar a leer “Austerlitz” de W. G. Sebald. No sé por qué pero me parece que es una narración inevitable e inseparable. Lo primero porque hace tiempo que me había perdido en la deriva de la novela y el ensayo contemporáneos. Necesitaba algo más que ya había disfrutado en otros de los libros del autor alemán, como “Los anillos de Saturno”, inolvidable.

Y lo segundo está unido a mi carácter de lector amateur eterno: no entiendo de modas y voy siempre con retraso, leyendo los pecios de las novedades en busca de títulos que acompañen a los clásicos en la estantería. Y parece que en esta ocasión, “Austerlitz” es uno de ellos.

Viene toda esta parrafada a cuento de las fotografías que planeamos en un día de alegría etílica Pradip y yo. Las imágenes del automóvil poco tienen que ver con lo que llevo leído de “Austerlitz” y aquel día hablamos un poco de todo eso (con la verborrea habitual del juerguista): de nuestra ignorancia de lo cercano, de lo confuso de nuestro día a día, de las impresiones falsas que ofrece la fotografía, de la velocidad del viaje contemporáneo, de la urgencia por rellenar productivamente el día, de la imposibilidad de conversar sobre lo que sea más de diez minutos.

Sebald y ese Austerlitz con el que se encuentra en los lugares más insospechados, con el que charla durante horas sobre asuntos que pondrían los pelos de punta a cualquier consultor de Arthur & Andersen (antes de la crisis; ahora esos personajillos ya no saben ni si existen) son el contrapunto para esa vida del automóvil ajetreada.

Pero, como siempre en nuestras conversaciones, Pradip y yo también hablamos de otro automóvil, ese vehículo mítico que recorre la no menos legendaria Ruta 66, donde bien se podían haber tomado estas imágenes. El coche por antonomasia.

Y creo que aquel día, bajo un temporal impresionante en el que cruzamos el puerto de Azazeta (Álava; País Vasco) estuvimos a punto de conjugar el placer del movimiento con la conversación pausada de quien no tiene prisa porque tiene todo el tiempo del mundo para hablar, por ejemplo, de las pasiones y los terrores, las ilusiones y las desgracias de quienes, como tantos, viajan con rumbo fijo y manejan un automóvil que no conducen.