En “La Comprensión de los Medios como Extensiones del Hombre” (1964) Marshall McLuhan escribió:

'El teléfono: habla sin muros. El fonógrafo: sala de conciertos sin muros. La fotografía: museo sin muros. La luz eléctrica: espacio sin muros. El cine, la radio y la televisión: aula sin muros. El hombre, recolector de alimento, reaparece incongruentemente como recolector de información. En este rol, el hombre electrónico no es menos nómada que sus ancestros paleolíticos'

Michael Benedikt, autor de “Cyberspace: First Steps” amplía la definición en 1994:

'Ciberespacio: Palabra acuñada por la pluma del escritor de ciencia ficción William Gibson alrededor de 1984. Un nuevo universo, un universo paralelo creado y sustentado por los computadores del mundo y las líneas de comunicación... La tablilla se convierte en una página, la página se convierte en una pantalla, la pantalla se convierte en un mundo, un mundo virtual... Una geografía mental común, construida, a su vez, por el consenso y la revolución, el canon y el experimento. . . Sus corredores se forman dondequiera que corra la electricidad con inteligencia... El reino de completa información...'

Pero, ¿existe el ciberespacio tal y como nos los pintan?.

Con McLuhan o sin él, con Benedikt o sin él, los “Lukeros” somos muchos; varios miles todos los meses. Nosotros también somos electricidad e impulso nervioso, kilómetros de fibra óptica, polvo de estrellas y borrachera del sistema binario. Somos estados de conciencia afines; somos reflexión e interrogante. E- poesía. E- juego. E-moción. Todas las variantes del eterno proceso ensayo-error así como sus correspondientes interiorizaciones. Por eso ahora, a pocas semanas de las uvas y el polvorón, os doy las gracias por haberos asomado a Luke doce veces más. Sin vosotros sólo seríamos ruido, contaminación del ciberespacio.

Gracias por seguirnos. Un año más.