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Yo no soy rara, pensará. Ojalá sólo fueras eso, pensamos.
Un Armarito armarito, ¿qué me pongo hoy? para terminar con un traje de cóctel negro o luciendo vestido con broche perla-dorado que, de tantas arrugas como hace, cada cierto tiempo Ella recompone con ademanes elevados a la enésima potencia de lo femenino; ambos, estrambóticos en una oficina. Claro que, a decir de los empresarios, tampoco es habitual irse a la peluquería, en medio de la jornada laboral por cierto, y volver una hora después con los rizos, también negros, convertidos en lisa melena. En una tragedia griega el coro sentenciaría ¿Ella? Ella.
Probar un jugo tras otro y vuelta a empezar es normal. La sospecha viene cuando en Ella el sabor sólo varía según se sienta o no halagada con la historia recreada en su cabeza. Veamos: un americano regresa a su país tras un año de relación y a sus ojos sigue apareciendo como el eterno enamorado; o un informático de repente, sin más, la considera a Ella colega y a su coche, un taxi para llevar a los compañeros.
Antes de viajar a Cancún, donde va a pasar una semana en casa de una amiga, Ella le pregunta si quiere un regalo. ¿Es esto frecuente? No. ¿Un signo de distinción? En su mundo, quién sabe. Eso sí, teniendo Ella algo más de treinta años, con la amiga no ha mantenido relación alguna desde hace veinte.
Mientras varias personas comentan el nacimiento de un bebé, llega Ella, felicita al padre y, sin ápice de vergüenza, se pone a hablar de sus vacaciones, dando por zanjada cualquier conversación ajena a sus deseos y dejando al resto con el único buen gusto de un par de indirectas como réplica a su falta de respeto.
A diario exhibe un parcial de Autocrítica 0 - Altivez 10, menosprecia, distingue entre unos y otros y entre unos y unas, y departe sólo con los unos. Al desinterés ajeno que por una vez experimenta, responde queriendo despertar compasión, así que sale del despacho con cara de enferma y clama al cielo porque no siente la garganta. Para más inri, culpa de su mal a alguien que hace poco mostró esos síntomas y, por lo visto, la llenó ex profeso de virus. Cinco días atrás había reconocido en petit comité que es feliz y que en absoluto necesita una terapia de auto-conocimiento.
¿Podría Ella interpretar El retrato de Dorian Gray? Bien mirado, el papel protagonista no, pero el del cuadro le viene que ni pintado.
Para qué arriesgarse a ponerle el cascabel al gato, gata en este caso. Ella no es felina, mas de vez en cuando se convierte en bicho y devora, cual mantis religiosa sin acto sexual por medio, a las mujeres que se cruzan en su camino. Si se lo propusiera, podría hacerse querer por sus vecinas de cuarto de baño, o incluso imitar las sabias entrañas de los travestidos, que con conocimiento de causas funden dos sexos en uno. Todo menos creerse que el exceso de hormonas femeninas que dice padecer la convierten, sin remedio, en destructora de su especie, en la aniquiladora de congéneres por excelencia.
Tanta playa mexicana para luego no atreverse a bucear en las propias aguas y en sus porqués, donde encontrará respuesta a las aparentes anomalías que la invaden; como en las manifestaciones paranormales, ésa es una forma de analizarlas y modificarlas. A diferencia de los fenómenos sin resolver, en Ella la verdad está ahí dentro y es tan simple que dar con las razones que provocan tales actitudes resulta fácil para todos, también para sí misma.
(Este artículo contiene una visión de los aspectos que conforman la personalidad de una mujer concreta. No sea, por tanto, entendido como opinión sobre todas las de nuestro género)
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