Se desliza por debajo de nosotros, rápido y sigiloso abarcando la ciudad entera. Desde Bila Hora hasta Skalka, desde Holesovice hasta Haje, desde Cerny Most a Zlicin, extiende sus tentáculos huecos y oscuros como un cefalópodo de cabeza triangular asentado en el corazón de la ciudad entre Florenc, Mustek y Museum. Desde allí parece controlar y dirigir los movimientos de unos pobres seres limitados a seguir sus trayectorias. Miles de pragueses descienden a sus abismos cada día convirtiéndose en el fluido vital que alimenta su existencia incorpórea. Kilómetros de tierra horadada dan forma a este ser que no somos capaces de ver mas que desde su interior. Por sus numerosas bocas se nos da a conocer una ciudad construida a base de retazos con los que es difícil construir el imaginario plano de la ciudad real. Cada viajero del metro lleva en su interior su propia secuencia de imágenes con las que procura en vano esfuerzo abarcar toda Praga. El metro con su oscuridad y rapidez malditas nos oculta lo más hermoso de la ciudad, sus callejuelas, sus cruces, sus rincones. La línea recta no es la mejor manera de encontrarse con esta ciudad. Así que si uno tiene tiempo y ganas se pasea por ella deteniéndose aquí y allá, o toma uno de sus innumerables tranvías y serpentea por lugares que habían permanecido ocultos, prohibidos por ese mostruo negro de la civilización llamado prisa.